"Jesús multiplicó panes y peces y dio de comer a la multitud" (cfr. Jn 6, 1-15). La intervención de Jesús no está destinada solamente a satisfacer el hambre de la multitud: con la multiplicación milagrosa de panes y peces quiere dar una señal, un signo, un anticipo de otro milagro, infinitamente más grandioso que multiplicar milagrosamente panes y carne de pescado. Y es el Milagro de los milagros, en el cual -por poder omnipotente de Dios Trino- en el altar el pan se convierte en la carne del Cordero de Dios y, el vino, en su Preciosísima Sangre.
A su vez, el milagro de la multiplicación de panes y pescados, que anticipa y prefigura la multiplicación del Pan de Vida eterna y de la carne del Cordero en el altar eucarístico, está su prefigurado en el episodio del Antiguo Testamento, en el que Yahvéh alimenta a la multitud que peregrina hambrienta en el desierto, dándoles de comer a los israelitas carne de codornices y pan, el maná del cielo (cfr. Éx 16, 11-15).
Así como en el desierto, en su peregrinación a la Tierra Prometida, el Pueblo Elegido, Yahvéh obra para ellos el milagro del maná del cielo y de las codornices, además del agua que brota de la roca luego de golpear Moisés su bastón: "(…) Entre las dos tardes comeréis carne y por la mañana os hartaréis de pan; y conoceréis que Yo soy Yahvéh, vuestro Dios" (cfr. Éx 16, 12), así también Jesús, en la Santa Misa, multiplica el Pan de Vida eterna y la carne del Cordero en el altar eucarístico, para que el alma se colme de esa agua límpida que es la gracia del Sagrado Corazón.
Al donarles el maná, pan milagroso bajado del cielo, y al donarles también milagrosamente carne de codornices, Dios muestra su amor sin límites hacia el Pueblo Elegido, ya que no los deja perecer de hambre. Del mismo modo, el milagro de Jesús, de multiplicar panes y peces es una muestra sin par del mismo amor misericordioso de Yahvéh, porque así como Yahvéh obró con misericordia, así, por misericordia, obra Jesús, multiplicando el alimento para que los miembros del Nuevo Pueblo de Dios, que peregrinan en el desierto del mundo hacia la Patria eterna -la Jerusalén celestial- no desfallezcan en el camino. Y ese alimento multiplicado no es carne de pescado y pan inerte, sino la Carne del Cordero de Dios y el Pan de vida eterna, la Eucaristía.
Así como el Pueblo Elegido recibió el maná del cielo y carne de aves; así como Jesús, Hombre-Dios de amor infinito, obrando en Persona multiplica los panes y la carne de aves, así también la Santa Madre Iglesia multiplica en cada santa misa la Carne del Cordero de Dios y el Pan Vivo bajado del cielo.
Este último milagro, anticipado por el episodio del desierto y por la multiplicación de panes y peces es un milagro infinitamente más grande. Es el Milagro de los milagros, que muestra, en sí mismo, la inmensidad infinita del Amor eterno que Dios Trino experimenta por el hombre.
Reflexionemos
En la Santa Misa, Jesús dejará para su Iglesia el don de su cuerpo y su sangre de resucitado, don que había sido prefigurado en la multiplicación de panes y peces, que alimenta el alma con la substancia de Dios.